Jardineros del Bosque

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«No había nada más que un pequeño cobertizo y un patio trasero, y en menos de un año ya se podía empezar a ver un bosquecito».

El año pasado tomé un curso de agricultura sintrópica de cuatro días en Ibiza. Con mis profesores Daniel Meneses, Rodrigo Marques, junto con otros 20 ilusionados alumnos, plantamos un bosque comestible de 600 metros cuadrados para que la comunidad Tierra Iris pudiera disfrutarlo todo el año. Después del curso, seguí en contacto con Rodrigo y Daniel, y en marzo de este año fui a Tepoztlán, México, a visitar el proyecto que habían puesto en marcha junto con Victoria Sánchez en 2021: Solar.

Tepoztlán es una ciudad preciosa, a sólo dos horas hacia el sur de Ciudad de México. Al llegar en coche te reciben imponentes montañas rocosas, cada una con su propia personalidad, que se asoman tras las coloridas casas y calles adoquinadas. Rodrigo y yo quedamos un sábado soleado por la tarde. Solar está en la zona residencial del pueblo, a 20 minutos a pie del centro. Cuando llegué, las puertas se abrieron dejando ver una casa de campo de color rosa claro con un patio trasero lleno de vida. Rodrigo me saludó con una sonrisa radiante. Recordé su actitud cálida y amable cuando el verano pasado formó a 20 agricultores estudiantes. Me acompañó hasta el creciente bosque de alimentos y le pregunté cómo había surgido Solar. 

«Solar es un centro cultural agroecológico. El proyecto empezó hace un año y medio. Llevábamos un tiempo trabajando en proyectos similares y buscábamos un lugar donde producir nosotros mismos. Entonces un amigo nos puso en contacto con el dueño de esta propiedad, que quería utilizar su huerto de una manera diferente. Antes era un jardín normal que sólo tenía pasto. Sinceramente, no sabía muy bien en qué se estaba metiendo, pero juntos plantamos un bosque alimentario sintrópico. Empezamos con tres módulos, estableciendo un sistema totalmente productivo del que podíamos cosechar y vender, para que luego esas ventas pagaran el siguiente módulo, y así sucesivamente.

«A través de este movimiento de financiación a partir del crecimiento del consumo, hicimos crecer los módulos. Hoy hemos plantado 10. Al otro lado de la propiedad organizamos cursos y eventos. Nuestra estrategia es sencilla, cultivamos para los locales: restaurantes y familias. Y poco a poco establecimos una mayor producción gracias a nuestra estrategia de venta directa, un modelo clásico de CSA (Agricultura Apoyada por la Comunidad).»

Rodrigo Marques at Solar Centro Agroecologico
Rodrigo Marques en Solar Centro Agroecológico, Tepoztlán

Para la gente que no sabe lo que es, ¿podrías explicar qué es lo que hace diferente a la agricultura sintrópica?

«Los sistemas agroforestales sintrópicos intentan imitar a la naturaleza y adaptarla a la producción agrícola. Siempre tenemos dos dimensiones en diálogo -espacio y tiempo-, así que todo lo que plantamos tiene que ser de alta densidad y tiene que ser sucesional. Por ejemplo, plantamos diferentes hortalizas con ciclos cortos, medios y largos en las mismas zonas. En otras palabras, lo que creamos es un sistema resiliente y capaz de mantener una productividad constante. Con cada intervención que hacemos mejoramos las condiciones del suelo para que la producción sea abundante y continua. En este sistema, la retención de agua en el suelo, la fertilidad del terreno, el secuestro de carbono, la densidad de raíces, todos estos factores mejoran siempre en lugar de disminuir, que es lo contrario de lo que ocurre en la agricultura convencional. La agricultura convencional transforma los bosques en desiertos, nosotros transformamos los desiertos en bosques.

«Aquí en Solar plantamos más o menos 90 especies vegetales, incluyendo hierbas aromáticas y medicinales, hortalizas, árboles frutales y plantas de producción de biomasa en una superficie de 2.500 m2. Básicamente, la primera línea de hortalizas se planta cerca de los árboles frutales. Los dos o tres primeros años podremos cosechar verduras, pero a medida que crezcan los árboles frutales tendremos que dejar de cosechar las verduras. Esto sucede porque estamos siguiendo la inteligencia interior de la naturaleza, que sabe cuándo es el momento de las verduras y cuándo es el momento de las frutas. Así que una vez que el bosque haya crecido, cosecharemos los frutos del bosque y plantaremos, a la sombra de los árboles, otros cultivos que necesiten menos luz que las verduras que tenemos ahora. Nuestro plan es plantar café una vez que el bosque haya crecido, porque es un tipo de cultivo que ama la sombra».

En Solar también organizan cursos y eventos para difundir la metodología de la agricultura sintrópica entre la comunidad agrícola de México. Rodrigo es originario de Brasilia, Brasil, en donde conoció este método de cultivo.

«En Brasil el método ya está consolidado, pero en México no. Así que la primera barrera que tuvimos que romper fue poner en práctica nuestros conocimientos para demostrar que es una técnica económicamente viable. Y que es fácil, que no es nada especial ni complicado. Simplemente se necesitan conocimientos técnicos y un cambio de mentalidad. Por eso creamos Solar, para poder mostrarlo como un caso de éxito, demostrando a los visitantes que este es un negocio rentable. Porque para un productor que viene a hacer un curso con nosotros, esa es siempre su primera pregunta, ¿puedo vivir de esto? ¿Puedo criar a mis hijos con esto? Así que Solar ha sido un puente para iniciar un diálogo con la realidad rural de México. Ahora podemos realmente expandir la técnica y mostrarla a todo tipo de personas: desde universidades rurales a privadas, desde instituciones gubernamentales a propietarios privados. Ya ha venido mucha gente de diferentes entornos a comprobarlo».

Rodrigo y Daniel también dirigen Tierra Negra, una consultoría que ayuda a proyectos a desarrollar sus propios sistemas agrosintópicos. Fue gracias a su trabajo en Tierra Negra que los conocí el verano pasado. Aunque un proyecto comunitario en Ibiza no es su típico cliente, por lo general Rodrigo y Daniel viajan por todo México difundiendo el método de cultivo agrosintópico a las comunidades rurales.

«Hemos trabajado con varias comunidades de Guerrero, Oaxaca, Hidalgo y México. Cuando damos cursos para personas que tienen una conexión con el campo, que o bien crecieron ahí o bien son hijos de campesinos, todo lo que decimos tiene sentido para ellos. Es casi como si comprendieran intuitivamente que esta es una mejor forma de agricultura, sólo que no tenían una palabra para expresarlo. Siempre es un momento emotivo para ellos, darse cuenta de que este tipo de técnicas se utilizan hoy en día.

Rodrigo Marques Solar Tepoztlan

«En el fondo, están observando su trayectoria ancestral. Sólo que ahora hay una sistematización, que es lo que reconocemos en el trabajo de Ernst. Él logró sistematizar el conocimiento agrícola ancestral y también modernizar su uso y hacerlo económicamente viable. Por supuesto, los sistemas forestales ancestrales daban mucha autonomía y libertad a las comunidades, pero el contexto global moderno es hoy muy diferente.»

Ernst Gotsch -fundador y líder de la agricultura sintrópica- se inspiró profundamente en los conocimientos ancestrales de los pueblos indígenas sobre la gestión de la tierra y, con formación en ciencias agrícolas, sistematizó el proceso para poder enseñarlo y compartirlo con el resto del mundo occidental. Originario de Suiza, en 1982 decidió instalarse en Brasil y compró 500 hectáreas de tierras degradadas en el sur de Bahía para poner a prueba sus teorías. Hoy en día es un bosque floreciente, con un microclima propio que produce más agua de la que consume y vende el cacao de mayor calidad del mundo.

«Se pueden admirar de verdad los sistemas forestales ancestrales sólo con entender la selva amazónica, tiene muchísima biodiversidad gracias a miles de años de gestión por parte de los pueblos indígenas. En el fondo, la agrosintropía tiene filosofías muy parecidas a las cosmovisiones indígenas, pero Ernst consiguió traducirlas a términos científicos modernos, como mecanización, densidad de especies, espaciado o estratificación. Esto facilitó la comercialización del método y que los cultivos pudieran competir con la agricultura convencional.  

«En mi opinión, Ernst nos dio tanto conocimientos ecológicos como un nuevo enfoque para poder observar la naturaleza en toda su amplitud: en desarrollo, no como una foto estática, sino como un ecosistema en constante evolución, una película. La naturaleza está en constante cambio, se está transformando todo el tiempo, así que acompañar esa transformación y diseñar y pensar en esa transformación es lo que hace que la agroforestería sucesional sea tan fascinante, tan poderosa y tan adaptable, porque la puedes aplicar a cualquier contexto, a cualquier producto en cualquier ecosistema y en cualquier suelo.»

Le pregunté a Rodrigo cuál es el primer consejo que les da a las comunidades para convencerlas de que la agricultura sintrópica es un método económicamente viable.

«En primer lugar, les digo que sigan trabajando con el cultivo que ya están vendiendo, que mantengan ese enfoque. Digamos que me encuentro con un productor de maíz, si tiene una plantación de monocultivo necesita utilizar productos químicos para mantener la producción porque los monocultivos degradan el suelo. Así que cada año le resulta más difícil producir y el maíz tiene cada vez más enfermedades. El argumento establecido aquí es que ahora necesitan comprar más pesticidas y fertilizantes para mantener la producción, ¿no? Entonces, mi primer consejo es que empiecen a aprender conocimientos agroecológicos, porque eso se ha perdido…

«En segundo lugar les mostramos que a través de este método también pueden alimentar a sus familias y alcanzar la soberanía alimentaria. Por eso les preguntamos qué les gusta comer y les ayudamos a estudiar qué tipo de plantas crecen bien junto al maíz. Esencialmente para diversificar su producción. Porque si tienes un ecosistema rico, tienes gente rica, y si tienes un ecosistema pobre, tienes gente pobre. Así que cuanto más abundante sea el espacio donde cosechan, menos miseria tendrán».

Seguimos hablando, y pregunté, si estás plantando un bosque que también produce agua, con el tiempo ni siquiera necesitas regarlo, ¿verdad?

«Sí, incluso se puede medir la producción de agua analizando la capacidad de retención de agua del suelo a medida que el bosque va creciendo. Con el tiempo podrías demostrar que gracias al bosque de alimentos hay más agua que entra en el suelo y se almacena en acuíferos subterráneos».

Le pregunté a Rodrigo, si una persona planta un bosque, ¿está devolviendo al ciclo del agua, además de independizarse del agua estatal? Él asiente.

«Y no sólo eso, también te independizas de muchos otros factores externos. Como por ejemplo los fertilizantes derivados del petróleo o los fertilizantes a base de potasio que se producen principalmente en Ucrania y Rusia. Los agricultores convencionales también están ligados a la economía globalizada y sus problemas. La guerra en Ucrania les está afectando y el aumento del precio del petróleo también. A la industria le interesa que los agricultores pierdan su independencia y pasen a depender de ellos para procesos sencillos como la fertilización. En esencia, los agricultores convencionales han perdido su autonomía y se han vuelto completamente dependientes de un sistema que está podrido».

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Esto me recuerda una de las lecciones del curso en Ibiza, donde Rodrigo había mencionado cómo los tlacuaches (zarigüeyas mexicanas) no eran plagas en su granja, sino que en realidad se comían la fruta que se estaba pudriendo, convirtiéndose en ayudantes en lugar de enemigos. Le mencioné esto.

«Nosotros vemos las plagas como mensajeros, no como problemas. En la agricultura convencional hemos convertido a todos los demás seres en enemigos. Todos los demás seres vivos trabajan para que el sistema sea más abundante, mientras que ahora los agricultores parecen ser la principal razón de la pérdida de biodiversidad. Es casi como si hubiéramos estado trabajando con un método de agricultura que le declara la guerra a la vida, mientras que nosotros proponemos una alternativa, una agricultura de paz, un método que se reconcilia con la vida, haciendo de la vida un elemento esencial que mejora la producción. Así que, en ese sentido, un ratón, una zarigüeya o un insecto no es necesariamente malo, está cumpliendo su función dentro de un sistema, y si el sistema está enfermo nos lo demostrará. 

«Cada vez que aprendo más sobre la agricultura sintrópica en la práctica, veo que Ernst tenía toda la razón al respecto: todos los seres vivos están cumpliendo un propósito, motivados por el placer interno de cumplir esa función, cada ser está así equipado con las herramientas necesarias para cumplirla. Y toda su vida está guiada para que esta función se cumpla, ¿verdad? Así, un colibrí con su largo pico es capaz de entrar en flores específicas y polinizarlas, un jaguar está equipado con colmillos afilados para gestionar la población de grandes animales herbívoros. Así, lo que estamos observando es que desde la hormiga, hasta la termita, pasando por la serpiente, todos los seres vivos, incluso los que hoy se consideran plagas, están cumpliendo su función vital. Por eso, cuando nos visitan, en realidad nos están dejando mensajes.

«Las plagas ocurren cuando no trabajamos alineados con la naturaleza. La naturaleza tiene principios y tecnologías muy desarrolladas. Y si nos salimos de estas tecnologías, hay desequilibrios, entonces esos mensajeros vienen a avisarnos que hay un desequilibrio, ¿no? Así que para nosotros no hay plagas, no hay enfermedades. Sólo hay señales de un error que cometimos nosotros como agricultores. Quiero decir, un bosque no tiene plagas. ¿Alguna vez has oído hablar de un bosque destruido por una plaga? No existe esa realidad.

«En cambio, sí existe esa realidad en los monocultivos, donde las plagas acaban destruyéndolo todo. Y de alguna manera el sistema afirma que el problema es la plaga. Pero quizá sea el propio sistema, los monocultivos, porque esos insectos y animales también viven en el bosque, pero no lo destruyen. No es que hayan desaparecido y sólo existan en los monocultivos, sino que llegaron al campo para cumplir una función específica. Es la naturaleza enviando una señal de que los monocultivos no deberían existir».

Esto me hace pensar en cómo en la sociedad occidental parece que hemos olvidado cuál es nuestra función como humanos dentro de la naturaleza. Lo hermoso de la agricultura agrosintópica es que devuelve esta función también a los seres humanos, es decir, nos devuelve nuestro papel dentro de la armonía de la naturaleza. Podemos crear más abundancia y más vida, del mismo modo que también podemos destruirla. Le pido a Rodrigo que amplíe este tema.

«Este es el resultado de una sociedad marcada por el crecimiento industrial, ¿no? Y cómo se fue perdiendo esa conexión con los procesos de la naturaleza. Pero si nos fijamos en las culturas ancestrales, ellas tenían esa conciencia, sabían que su intervención podía ser positiva. Ahora, bajo la presión del mundo occidental, a menudo están perdiendo estas prácticas, pero la realidad es que los humanos tenemos muchas funciones positivas, como por ejemplo la regulación del microclima, la multiplicación de la biodiversidad, la dispersión de semillas, la gestión forestal, la poda…

«Por ejemplo, la poda de los árboles es necesaria para que el bosque se renueve y siga siendo dinámico. Si miro el bosque que cubre las montañas de Tepoztlán está pidiendo a gritos una poda, pero es un bosque nacional, así que no se me permite podar los árboles. Por supuesto, esta es una gran ley porque protege el bosque de los taladores ilegales, sin embargo, estas leyes sólo están viendo a los seres humanos bajo un lente negativo.

«Las instituciones tienen que actualizar su forma de ver a los humanos y a nuestros ecosistemas, y también las normativas. Por ejemplo, podrían recompensar a la gente que hace cosas positivas, no sólo prohibir a los que hacen cosas malas. Así podríamos fomentar una gestión positiva de los ecosistemas en las zonas de conservación».

Los métodos clásicos de conservación occidentales no dan cabida al ser humano. Crean estas fronteras artificiales entre parques nacionales y zonas con asentamientos humanos. Esto es una clara demostración del problema inherente a la visión occidental del mundo: los humanos son vistos como algo separado de la naturaleza. Es casi como si nos hubiéramos convertido en turistas en nuestra propia casa. No tiene por qué ser así, podemos cambiar nuestra cosmovisión impuesta, aprender de las cosmovisiones ancestrales y, en su lugar, tener impactos positivos en la naturaleza. Por eso los pueblos indígenas representan sólo el 5% de la población mundial aunque protegen el 80% de la biodiversidad del planeta: cumplen su función vital. 

Le pregunto a Rodrigo qué le da esperanza en su trabajo.

«Para mí, la agricultura sintrópica es una solución socioeconómica y medioambiental. Aporta oportunidades económicas a las comunidades rurales que se ven empujadas a las ciudades. A menudo se ven sorprendidos cuando se marchan, venden sus tierras, se van a la ciudad, pasan allí un par de años hasta que se les acaba el poco dinero que tienen y entonces no tienen ni tierra ni un lugar donde quedarse en la ciudad. Y ser pobre en una ciudad es mucho peor que ser pobre en el campo. Sobrevivieron sin dinero y ahora necesitan dinero para sobrevivir, con lo que vuelven a depender del sistema. La agrosintropía les devuelve la libertad».

La agricultura sintrópica está empoderando a las comunidades al darles una alternativa económica que no sólo alimenta a sus familias, sino que también puede alimentar al mundo. Todo ello mientras se reforesta, se rellenan los acuíferos, se regeneran los suelos y se recupera la biodiversidad. Pero, en definitiva, se trata de realinear a los seres humanos con su función vital: volver a aprender a ser los buenos jardineros del bosque.

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Isabella Cavalletti es narradora y cofundadora de eco-nnect.

Este artículo fue traducido por Sarah Camhi. Hace parte del equipo de eco-nnect desde el 2020.

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