«Estudié para ser técnico y resolver cuestiones técnicas, como cambiar el tipo de redes de pesca que se utilizaban… Nadie me había enseñado a entender una cultura, a relacionarme con una comunidad, a apreciar cómo sienten y cómo viven, no sólo entendiendo su lengua, sino todas sus expresiones. Esta revelación me hizo crecer mucho y ver el trabajo de conservación bajo una luz totalmente distinta».
Conocí a Alejandro Robles una tarde soleada en su finca en San Bartolo, Baja California Sur, México. Alejandro y su esposa Mónica cultivan allí sus propios productos y han construido cabañas naturales para sus huéspedes. Su casa es acogedora y tranquila, un lindo oasis campestre ubicado entre los cactus gigantes tan simbólicos de la Baja California. Normalmente residen en La Paz, la capital de Baja California Sur. Baja es conocida por su fauna y ecosistemas marinos, a menudo descrita como un «acuario al aire libre».
Alejandro lleva toda su vida trabajando en la conservación de los océanos. A la corta edad de 26 años se encontraba en el barco científico que tuvo uno de los primeros avistamientos de la vaquita marina en libertad – la tan elusiva y pequeña marsopa en peligro de extinción, endémica del Mar de Cortés.
«La totoaba es un enorme pez endémico en peligro de extinción, y buscándola me topé con las vaquitas. Formé parte de un equipo científico especializado en mamíferos marinos, y recogí los primeros ejemplares frescos de vaquitas en 1985. Hasta entonces la vaquita era prácticamente desconocida, sólo se sabía que existía por un cráneo que se había encontrado en 1955, a partir del cual se clasificó la nueva especie en 1958».
Después se enfocó en la gestión sostenible de la pesca, administrando las pesquerías de sardina y anchoa a nivel nacional en México, que constituyen la base del sistema alimentario del océano.
«Fui el encargado de negociar las primeras prohibiciones de la pesca de sardina y de detener todas las capturas de peces juveniles. Fue entonces cuando Conservation International llegó a la región y me contrató en 1988 para dirigir el programa del Mar de Cortés. Estaban interesados en las aves y en las islas del Golfo. Las sardinas eran su principal fuente de alimento, y yo entendía lo que estaba pasando con las sardinas. Con el tiempo me convertí en su director en México, trabajando en la protección de la selva tropical lacandona en Chiapas y también en Oaxaca.»
Unos años después, en el 2000, Alejandro se convirtió en Vicepresidente para México y Centroamérica de Conservation International (CI), con sede en Washington DC.
«Después de algunos años como Vicepresidente de CI en Estados Unidos, me mudé a San Diego para fundar Noreste Sustentable (NOS), y en 2008 mi esposa y yo decidimos regresar a México. Elegimos establecernos en La Paz, en Baja California».
A su regreso a México, Alejandro fundó Noreste Sustentable (NOS), una ONG que buscaba combatir la pesca ilegal y proteger la vaquita marina.
«En el norte del Golfo, en las localidades de Santa Clara y San Felipe, la vaquita estaba desapareciendo. Así que empezamos a trabajar con el gobierno nacional para crear un refugio de vaquitas dentro de la reserva marina ya establecida y para ilegalizar ciertas redes de enmalle. Sin embargo, al final me di cuenta de que las soluciones técnicas no funcionan si el tejido social de la comunidad está enfermo. En los pueblos del norte abundaban las drogas, el tráfico y la pesca ilegal. Pero como ONGs medioambientales no estamos realmente capacitadas para tratar los problemas sociales, entonces hicimos como si no existieran y seguimos presionando al gobierno para que creara una reserva marina, aunque en realidad la sociedad necesitaba ayuda.
«Mientras trabajábamos para crear una zona marina en el norte, también creamos un grupo de vigilancia ciudadana contra la pesca ilegal en La Paz. Nos presentábamos ante los barcos ilegales y, básicamente, hacíamos el trabajo de la policía. Un día el Almirante de la Marina se dio cuenta de nuestro trabajo y nos dijo que le llamáramos la próxima vez que viéramos barcos camaroneros ilegales, prometió enviar ayuda e interceptar los barcos. Así lo hicimos, y cumplió su promesa. El barco camaronero ni siquiera tenía licencia y al día siguiente corrió rápido por la bahía la noticia de que ya no se toleraba la pesca ilegal de camarones. Los barcos camaroneros ilegales dejaron de pescar. Y una vez que dejaron de hacerlo, empezamos a investigar a los pescadores locales que tenían la tendencia de pescar con arpón por la noche, un método de pesca ilegal».
Cuando Alejandro se trasladó a La Paz, alquiló el espacio para las oficinas de NOS en una zona conocida como el Manglito, una comunidad conocida por su dificultad, una de las más violentas de La Paz. Le costó asimilarse a la comunidad, así que un vecino le aconsejó que contratara a Alicia, una lugareña muy querida que conocía a todo el mundo en el barrio.
«Un día, Alicia estaba en la oficina. Fue bastante gracioso ahora que lo recuerdo, porque estábamos revisando fotografías nocturnas del observatorio de pesca ilegal. En las fotos se alcanzaban a ver unas caras a pesar de la oscuridad. Así que estábamos todos revisando las imágenes cuando Alicia entró y preguntó: ‘¿Qué es esto? ¿Por qué tomaron estas fotos?’ Le contesté: ‘Sólo estamos revisando las fotos de los pescadores que pescan ilegalmente’. ‘¡Pero si es mi primo! ¿Qué hace exactamente esta ONG?’ Le respondí que intentamos detener la pesca ilegal. Alicia me gritó: «¡Pero si todo el mundo en este barrio se dedica a la pesca ilegal!’ Sin saberlo, había alquilado una oficina en el corazón de la comunidad de pescadores ilegales de La Paz. Durante todo un año nos mantuvimos en una situación muy tensa, en la que la comunidad local no quería saber nada de nosotros.
«Y entonces ocurrió algo interesante: Omar, el hijo de Alicia, que en ese entonces tenía 20 años, me pidió que le ayudara con su equipo de fútbol. Por supuesto, acepté y le dije al equipo que les ayudaría si se comprometían a respetar las reglas del juego limpio y ayudar a la comunidad de una forma u otra. Aceptaron las condiciones y les ayudé a comprar sus uniformes y demás, y a establecer las normas del equipo. Al mismo tiempo, mi mujer y yo seguíamos insistiendo en encontrar una forma de conectar con la comunidad, pero nadie ni siquiera nos devolvía el saludo. De repente, un día, paseando por la zona empezamos a recoger la basura que había en las calles, y todo el mundo empezó a darse cuenta. Sin decir nada, empezaron a recoger basura también y a dárnosla cuando pasábamos, y así empezaron nuestras primeras interacciones. La gente se acercaba y nos decía ‘nos hemos dado cuenta de que les gusta recoger la basura, así que hemos recogido un poco para ustedes’. Entonces, Cano, el capitán del equipo de fútbol, se me acercó y me dijo ‘nos han ayudado, ahora nosotros queremos ayudar. Queremos organizar una limpieza del barrio’.
Más de 50 personas acudieron a la primera limpieza. Recogieron 20 toneladas de basura e incluso convirtieron un basurero en un campo de fútbol.
«Ese día la energía cambió completamente. Con el tiempo, limpiamos todo el barrio, organizando seis jornadas de limpieza». Una vez recogida la basura, el grupo empezó a limpiar también los grafitis de las paredes. Era casi como si el proceso tuviera que empezar primero en tierra para que acabara llegando a la playa.
«Más o menos un año después, en 2010, pusimos las primeras denuncias a dos pescadores ilegales locales, Huber y Guillermo… Pero para ese entonces algunas personas de la comunidad confiaban en nosotros y animaron a Guillermo y Huber para que vinieran a hablarnos. Así empezaron las primeras conversaciones. Por aquel entonces yo estaba pensando cómo entablar un diálogo sano para crear una visión compartida. Era difícil porque no sabíamos muy bien cómo lograr ese diálogo, ¿sabes?»
Para el 2011, Guillermo y Huber, junto con NOS, lideraron el proyecto de recuperación de la almeja Catarina en la ensenada de La Paz. La almeja Catarina se había extinguido funcionalmente en la zona y tuvo que ser traída de las lagunas costeras vecinas.
«Juntos trajimos la almeja Catarina de la bahía de Concepción y la reprodujimos en un laboratorio. Ese año plantamos las primeras 25.000 almejas. Meses después de plantarlas, cuando ya habían alcanzado su tamaño comercial, nos las robaron todas. El robo fue un insulto al proyecto, porque las terminaron tirando a la basura. Curiosamente, esto molestó mucho a la comunidad local. Todo el mundo se escandalizó. ‘Esto no puede ser posible, era un buen proyecto’, decían en la calle.”
Después del robo, otros seis pescadores se unieron a Guillermo y a Huber.
«’Nosotros también queremos unirnos al proyecto’, dijeron. Al cabo de un año, en lugar de 25.000 almejas, plantaron más de 500.000. Sin embargo, volvieron a robárselas, pero cada vez que había un robo, la comunidad respondía con más agresividad y más gente quería participar.»
Cinco días después de conocer a Alejandro, conduje hasta La Paz para reunirme con Huber en las oficinas de NOS en el Manglito. Hubert se presentó orgullosamente como ex pescador ilegal y me dio un hermoso recorrido por la zona regenerada a bordo de su panga (un barco pesquero tradicional mexicano). A lo largo de la visita, Huber me fue contando su historia. Pude sentir su orgullo y alegría mientras me explicaba el arduo trabajo en el agua.
«Por años la comunidad pescó en exceso y se sobreexplotó la zona. Cuando mi padre pescaba, podía sacar hasta 40 kilos de almejas Catarina en una hora, mientras que yo me pasaba todo el día intentando pescar sólo 1 kilo. Al final, intentamos buscar trabajo en otras partes, recorriendo toda la Baja pescando ilegalmente. Nos perseguían los guardacostas locales y nos sentíamos los peores delincuentes del mundo, pero lo único que queríamos era sobrevivir. Nadie nos enseñó a pescar de la mejor manera posible, esto era todo lo que sabíamos. Arponeábamos por la noche y el grupo de vigilancia ciudadana nos perseguía. Ahora los mismos que nos perseguían son nuestros amigos.
«Al principio pensábamos que NOS quería jodernos. Pero al final nos dimos cuenta de que no eran tan malos como pensábamos. Al principio no confiábamos en absoluto en Alejandro, y él tampoco confiaba en nosotros, pero entonces surgió la idea de recuperar las almejas de la bahía, gestionarlas bien y cuidarlas. Así que NOS nos ayudó a conseguir todos los permisos y a hacer un panorama de la zona de restauración. Juntos regeneramos toda la zona de Ensenada. Pocos años después de empezar el proyecto, hasta las tortugas y los delfines volvieron a la bahía».
La bahía de La Paz es una zona de navegación muy transitada a la que llegan la mayoría de los recursos de Baja California. La Paz también tiene una gran central termoeléctrica. Así que fue una experiencia realmente refrescante presenciar aguas limpias, manglares sanos y una multitud de aves marinas a solo cinco minutos en panga del puerto de la ciudad.
«En el 2012, trabajando con NOS, acordamos dejar de pescar la almeja pen shell (o Hacha China) en la bahía durante algunos años. En 2015, en lugar de 40.000 almejas que plantamos, teníamos 5 millones. Pero entonces una especie invasora parecida a una esponja acabó con la mayoría de nuestras almejas pen shell. Eso nos enseñó a diversificar. Así que solicitamos permisos para plantar varias especies de almejas, establecer una acuicultura sostenible de ostras y también regenerar el manglar. Hoy ni siquiera nos importa perder el 70% de nuestras almejas a causa de las aves, porque un experto científico nos dijo que eso significa que el ecosistema está sano.»
La bahía de La Paz se drenó en la década de 1980 para permitir que los barcos pudieran anclar en el puerto. El drenado, junto con la sobrepesca, provocó la lenta desaparición del ecosistema marino de La Paz, lo que llevó a los pescadores a tomar medidas desesperadas para alimentar a sus familias. Hoy, Huber y Guillermo enseñan a otros pescadores de México a reubicar y regenerar las poblaciones de almejas. Recientemente, la hija de Huber se unió al proyecto, ofreciendo recorridos por los manglares regenerados como parte de una iniciativa de turismo sostenible.
Al hablar con Alejandro, nos explicó el sencillo acto que inspiró esta transformación.
«Sabes, para mí lo más impactante fue ver cómo el simple cambio de un gesto, uno que estaba acostumbrado a tomar del océano, un día esa misma mano cambió, y en vez de tomar, devolvió al océano, restaurando todo un ecosistema. Creo que fue una experiencia muy fuerte para los pescadores».
El trabajo de Alejandro con NOS y la comunidad pesquera de Manglito demuestra que tus peores enemigos pueden convertirse en tus aliados más feroces cuando escuchas sus problemas con compasión.
«Toda mi carrera ha estado dedicada a la conservación marina, y mi fuerte ha sido la gestión pesquera. Sin embargo, ahora sé que la clave del éxito no es arreglar los problemas técnicos de la pesca, sino curar los problemas de la comunidad.»
La comunidad de Manglito estaba sufriendo: dependiente de la pesca durante generaciones, la mayoría recurrió a métodos ilegales por desesperación, ya que las poblaciones de peces en todo el mundo colapsaron debido a la sobrepesca comercial. Alejandro consiguió ganarse el amor y el respeto de la comunidad con pequeños actos de compasión, abriendo poco a poco el camino hacia una colaboración fructífera que regeneró toda la bahía y proporcionó una mejor alternativa económica a los pescadores que la consideran su hogar.
Isabella Cavalletti es tejedora de historias y cofundadora de eco-nnect.
Este artículo fue traducido por Sarah Camhi. Hace parte del equipo de eco-nnect desde el 2020.