Alberto Ruz Buenfil es el tipo de alma espiritual que sacude a la sociedad.
Su padre fue un notable arqueólogo que desenterró la tumba de Pakal en la antigua ciudad maya de Palenque, en la región mexicana de Yucatán, donde él creció. En 1968, a la corta edad de 22 años, Alberto dejó México y se embarcó en un largo viaje. Movido por la contracultura mundial, viajó con un grupo de amigos por Norteamérica, Europa, el norte de África, Oriente Próximo y la India. En cada ciudad se alojaban en una aldea o comunidad ecológica y aprendían de sus modos de vida alternativos. Con viejos coches destartalados, viajaban en «caravana», y al llegar montaban un espectáculo de teatro como ofrenda por la acogida de esa comunidad.
«Acabamos viajando en grupo durante ocho años. A lo largo de esos años, nuestra tribu nómada fue a todas partes: desde comunidades en Suecia hasta ashrams en la India y ecoaldeas en Grecia. Con el paso de los años, los miembros de la tribu empezaron a tener hijos, así que decidimos que era hora de dejarlo. Los niños pedían amigos más permanentes y las mujeres querían un lugar donde construir un nido, así que volvimos a casa, a México».
Esta tribu, compuesta ahora por 20 adultos y 12 niños, buscó por todo el país el lugar ideal para fundar su propia comunidad. Recorrieron el país hasta que Alberto tropezó con Tepoztlán, un pueblo encantador a sólo una hora al sur de Ciudad de México.
«Este lugar nos llamó, nos buscó, nos encontró. Yo fui el primero en llegar y lo que más me atrajo fue un árbol, un árbol fantástico. Después de ver ese árbol, vi la posibilidad. Aunque no tenía pozos ni manantiales, y era un lugar muy seco, habíamos aprendido en nuestros viajes cómo lidiar con los paisajes áridos de nuestro tiempo en un kibbutz en Israel. Si ellos podían cultivar cualquier cosa en el desierto, nosotros también podríamos vivir aquí. Así que nos instalamos aquí en 1982 y lo llamamos Huehuecoyotl».
Huehuecoyotl es el dios de las artes, la música y la danza ceremonial en la tradición mexica.
«Cada comunidad suele tener un interés común que les une, por nuestros años viajando por Europa sabíamos que el nuestro era la pasión por las artes».
Huehuecoyotl también significa «viejo coyote» en náhuatl, que es también como finalmente Alberto se ganó su apodo, El Coyote.
«Lo primero que hicimos fue abrir un camino, luego construimos una captación de agua para poder mantenernos. Cuando nuestros hijos crecieron construimos una escuela. Y nosotros éramos los profesores. Entonces los padres del pueblo empezaron a enviar a sus hijos a nuestra escuela, porque ofrecíamos un sistema alternativo. Esto también permitió que nuestros hijos conocieran a niños de fuera de la comunidad, del pueblo de Tepoztlán.
«Como comunidad desarrollamos lo que llamamos ‘ecotécnicas’ y empezamos a organizar talleres y a enseñarlas aquí. Como mi padre era arqueólogo, conocía la importancia de conservar la historia, así que a lo largo de los años de viaje fui guardando testimonios de todo lo que habíamos vivido, que se convirtieron en el contenido de nuestras conferencias, espectáculos y libros. Incluso teníamos una revista mensual».
La revista se centraba en historias de comunidad, derechos sobre la tierra y ‘ecotécnicas’ para vivir en armonía con la naturaleza, contenidos vanguardistas para el México de los años ochenta.
En 1996, a los 50 años, El Coyote volvió a sentir la llamada de la carretera y se embarcó en otro épico viaje, esta vez rumbo al sur.
«Siempre me inspiró el movimiento. El movimiento abre la cabeza, abre el corazón, abre tu visión del mundo, abre todo lo que tiene que ofrecer. Y yo siempre he sido así. Toda mi vida he intentado aprender más y más y más de todos los sitios a los que voy y de la gente que conozco. Así que en 1996 salí de aquí con un autobús y me dirigí a Tierra del Fuego, al fin de América. Empecé una nueva caravana. Salimos de aquí en junio de 1996 y teníamos suficiente dinero para gasolina para llegar a Puebla».
Puebla es una ciudad a dos horas en coche al sur de Huehuecoyotl. El autobús ya había viajado desde Colorado, un clásico autobús escolar americano, regalo de un amigo cercano. Tras convertirlo en una casa rodante, El Coyote partió acompañado de un nuevo grupo de jóvenes aventureros.
«Unas diez personas más se subieron al autobús, y en el último momento se unió también una señora con una furgoneta. Así se formó «la Caravana Arcoiris por la Paz». Así que una vez que llegamos a Puebla, pensamos, ¿cómo vamos a llegar a Veracruz? Pues vamos a hacer talleres y presentaciones de ecotécnicas, porque es lo que sabemos hacer. En mi opinión, cuando llegas a un sitio tienes que ofrecer algo. No a ver qué sacas, sino qué das. Pues eso es lo que hicimos. Tengo amigos en Puebla que nos recibieron y nos ayudaron a organizar los talleres. Luego de ahí fuimos a Veracruz e hicimos lo mismo. En Veracruz, los Zapatistas supieron de nosotros y nos invitaron a ir a Chiapas. Así que nos fuimos a Chiapas».
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional es un grupo político militante de extrema izquierda que está en guerra con el Estado mexicano desde 1994. El grupo toma su nombre de Emiliano Zapata, comandante del Ejército Libertador del Sur durante la Revolución Mexicana. Su objetivo es continuar la labor de Zapata de reformas agrarias y derechos de los indígenas; a día de hoy controlan amplias zonas de la región de Chiapas.
«En ese momento, el Movimiento Zapatista estaba organizando una reunión de miles de personas, unas 6000 personas pertenecientes a movimientos radicales de izquierda de todo el mundo. Los Zapatistas construyeron una ciudad de carpas para ellos, con baños, comedores y todo. Así que llegamos allí con nuestro autobús y el otro camioncito, y llevamos algunos regalos, entre ellos mis libros y nuestra música, y se lo dimos al subcomandante Marcos, luego también lo entrevistamos. Luego nos instalamos en la comunidad zapatista e hicimos lo mismo: primero sacar el teatro y luego dar talleres sobre ecotécnicas. Estuvimos ahí como un mes. Terminó el evento, se fueron todos. Nosotros seguimos ahí, viviendo, conviviendo con la comunidad zapatista y aprendiendo muchísimo de ellos también.”
Al principio, El Coyote pensó que el viaje hacia el sur le llevaría de dos a tres años, pero en realidad duró trece. Desde zonas de guerra hasta favelas hacinadas y pueblos indígenas remotos, la Caravana Arco Iris por la Paz organizaba primero un espectáculo teatral y luego talleres en los que enseñaba ecotécnicas a los vecinos, como había hecho con los zapatistas. En sus talleres enseñaban a los lugareños diferentes cosas: desde cómo construir paneles solares y tecnologías de captación de lluvia, hasta compostaje y ecoescuelas alternativas. En muchos pueblos y ciudades también convocaban reuniones de grupos ecologistas e indígenas locales, para que compartieran sus conocimientos.
«También organizamos y convocamos dos encuentros internacionales enormes, uno en Perú, a los pies de Machu Picchu, y otro en el norte de Brasil, en Alto Paraíso. Organizamos otros encuentros más pequeños en comunidades de Chile, Colombia y Ecuador, en todos los lugares a los que viajamos. Los encuentros atrajeron a grupos ecologistas, indígenas, artistas y todo lo demás. Normalmente duraban una semana y fueron el impulso de lo que luego se convirtió en el Consejo de Visiones de Guardianes de la Tierra y CASA: el Consejo de Asentamientos Sustentables de América Latina.
«En algunos países estuvimos meses, en otros más de un año. Por eso tardamos tanto tiempo y llegamos en esa etapa, en un momento histórico muy interesante, donde los gobiernos neoliberales estaban siendo sustituidos por gobiernos sociales, de izquierda. Así que las fronteras que antes no nos habrían dejado pasar, en ese momento se abrieron para darnos la bienvenida. En todas partes se nos abrían las puertas para seguir trabajando con las comunidades, organizando talleres, conferencias, encuentros, espectáculos. Entonces, pues sí, dejamos huella, una huella muy bonita por donde íbamos. Y en esos viajes empezamos a entablar relaciones con los lugareños, la gente abandonaba la caravana, se unían otros nuevos, se formaban parejas y surgían nuevos proyectos en todos los lugares donde habíamos estado».
En 2005, la Caravana Arco Iris de la Paz llegó a Tierra de Fuego (Argentina), nueve años después de salir de Tepoztlán.
«Una vez que llegamos a Tierra del Fuego, tuvimos la invitación para realizar otro gran encuentro en Brasil, ‘El Segundo Gran Llamado del Beijaflor (Colibrí)’ en Alto Paraíso. Bueno técnicamente el viaje estaba hecho, habíamos llegado a Tierra del Fuego, que había sido mi compromiso con el Gran Espíritu, llegar a Tierra del Fuego e izar la bandera del arco iris, la bandera de la tierra y la bandera de la paz entre los glaciares. Había arriado la bandera argentina e izado la nuestra en su lugar, pero a pesar de ello volvimos al norte para ayudar a organizar esta gran reunión.»
En el Segundo Encuentro de Colibríes en Alto Paraíso, El Coyote conoció a Gilberto Gil, entonces Ministro de Cultura de Brasil. Gil sabía del Coyote, había leído su último libro sobre sus viajes en caravana y estaba inspirado por todo el trabajo que había realizado por todo el continente. Gil es una de las figuras más importantes de Brasil, un famoso músico de Bahía y un firme opositor al anterior gobierno militar de Brasil.
«Entonces Gil me dijo: ‘Quiero que te unas a nosotros aquí en Brasil, que formes parte del proyecto que estamos haciendo ahora’. El dinero que se destina a cultura, para todo el país, siempre va a las mismas cosas: ópera, arte, danza, carnaval. Pero ahora vamos a destinarlo a puntos de cultura viva. Y necesito una caravana que vaya a distintas ciudades del país y reúna a las comunidades y celebre sus tradiciones y conocimientos locales. Y ustedes ya tienen la caravana y los conocimientos. Ya lo hicieron en otros 14 países, ya tienen la experiencia. Háganlo aquí».
La Caravana Arco Iris por la Paz recorrió Brasil otros cuatro años. Esta fue la primera financiación que recibieron la caravana y su tribu.
«EL único momento en el que tuvimos dinero institucional fueron los dos años que trabajamos con el Ministerio de Cultura de Brasil, con Gilberto Gil. Ahí nos dio dinero para reparar los vehículos, comprar un camión, tener mejor equipo, y por primera vez cada uno de los miembros de la caravana recibió lo que equivalía a 100 reales al mes. El resto del tiempo, no había sueldos, no había privilegios. Yo nunca tuve privilegios, trabajé en la mecánica, en las letrinas secas, en todo lo que había que hacer. Los años de caravana me llevaron de los 50 a los 64 años. Entonces me acordé de la canción de los Beatles ‘When I’m Sixty-Four’, y decidí que era hora de volver a casa».
En 2009, el Encuentro del Foro Social Mundial se celebraba en Belem de Pará, donde el río Amazonas confluye con el océano Atlántico. El evento atrajo a 150.000 personas y los debates abarcaron desde la protección de la selva amazónica hasta modelos económicos alternativos. El Coyote decidió que sería el escenario ideal para poner fin al épico viaje de la Caravana Arco Iris de la Paz.
«Cuando llegamos al foro construimos una carpa de circo para 500 personas. Sonido, luces, disfraces, cocina, todo. Para entonces ya sabíamos cómo montar esto, lo llamamos ‘La Aldea de la Paz’ y organizamos charlas y espectáculos. Cuando terminó, le dije a la tribu: «hasta aquí llegamos, hasta aquí llego yo. Quien quiera seguir, que siga. Y regalé uno de los buses, el otro conseguí con donaciones que lo pusieran en un barco y lo trajeran aquí a Veracruz: El que está aquí afuera.
En los 13 años de viaje, 450 personas entraron y salieron de la Caravana Arco Iris de la Paz provenientes de un total de 17 países diferentes. El Coyote fue el único que viajó todo el tiempo.
«He hecho todo esto como un servicio a la Madre Tierra, como un voluntariado para la humanidad. En ese viaje me quedó clarísimo, sobre todo después de haber vivido mucho tiempo en los pueblos de los Andes con los Aymaras, los Quechuas, que la Pachamama está por encima de todo. Los ecologistas lo sabíamos, sabíamos que la Tierra no es de nosotros, sino que nosotros somos de la Tierra, pero una cosa es saberlo y otra vivirlo.
«Los Aymara lo viven. Su concepto de Sumak Kawsay (buen vivir) sigue vivo, lo que significa cuidar de la Madre Tierra. Así que después de aprender esa lección, en cierto momento me di cuenta de que no podemos excluir la parte legal de los derechos de la Madre Tierra, no puede ser solamente ceremonia, tiene que convertirse en ley. Y entonces leí que Evo Morales, entonces presidente de Bolivia, había llevado la primera Declaración de los Derechos de la Madre Tierra a las Naciones Unidas, y me dije: «Wow, eso es lo que quiero hacer de ahora en adelante». Así que en 2009 cerré el capítulo de la caravana en Belén de Para».
De vuelta en México, El Coyote regresó a Huehuecoyotl. Entonces fue contratado por el ayuntamiento de Coyoacán para implantar sus talleres a nivel de barrio, a los que llamó «ecobarrios», y pasó tres años más impartiendo los mismos talleres de ecotenia por el sur de la Ciudad de México, con el mismo autobús con el que había recorrido las Américas.
«Creamos un pequeño grupo de diez o doce personas y recorrimos diez barrios de Coyoacán. Principalmente hicimos un programa de capacitación de 40 a 50 ecotecnias, desde cómo construir una casa ecológica hasta cómo dar clases en una escuela ecológica. La idea era dar a los líderes locales de las comunidades las herramientas para que luego pudieran desarrollar sus propios proyectos».
Muchos de los barrios a los que llegaban eran peligrosos, controlados por bandas y narcos. Sin embargo, El Coyote y su equipo llegaban y lo primero que hacían era montar su característico espectáculo teatral, lo que les convertía en estrellas entre los niños del barrio y, por tanto, les otorgaba protección frente al líder de la banda local. El Coyote recuerda que, a pesar de las zonas de alto riesgo en las que trabajó, nunca nadie de su equipo resultó herido. Al final de los cursos de formación traían a los alumnos de vuelta a Huehuecoyotl para pasar un fin de semana.
«Los traíamos aquí al campamento y durante tres días les enseñábamos a construir lo que habían aprendido en los talleres. Por ejemplo cómo hacer un panel solar, o cómo hacer un sistema de captación de lluvia, construir inodoros de composta, etcétera. Muchos de los asistentes nunca habían vivido una semana sin presenciar un tiroteo. Organizábamos círculos de canto alrededor de una hoguera y comidas al aire libre. Todos salían siempre inspirados».
Tras su labor vecinal, El Coyote fue contratado por el Gobernador de Morelos para convertirse en Director de Cultura Ambiental del Estado.
«Así que empecé a hacer las cosas como siempre las he hecho. Todavía tenía el camión, todavía teníamos las muestras, todavía teníamos una serie de cosas, y empecé a intentar hacerlas en el estado. Y no funcionó. Empecé a ver que había un bloqueo por parte del Secretario de Desarrollo Sustentable, que no quería que hiciera nada más que sentarme ahí de ocho a cinco todos los días. Así que sabía que no me quedaría mucho tiempo, pero durante ese tiempo logré instalar una casa ecológica en el parque principal de Cuernavaca. Una casa ecológica preciosa con diez ecotecnias: diez paneles solares, bombas para bicicletas, un sistema de captación de lluvia, un huerto, todo. Junto a ella montamos un gran centro cultural y empezamos a organizar actos para celebrar el Día de la Tierra, el Día del Agua, el día contra la minería a cielo abierto. Esas eran las cosas que celebrábamos, en lugar del ‘Día de los Santos’ o el ‘Día de la Independencia’ o el ‘Día de la Revolución’. Todo lo que celebrábamos estaba relacionado con la ecología. Eso no le gustó al Gobernador».
Tras su paso por las instituciones mexicanas, en 2015 El Coyote regresó a su hogar de Huehuecoyotl y cambió su atención a la realización que había tenido al final de su viaje, para centrarse en difundir la visión andina de otorgar derechos legales a la naturaleza.
«En los veranos iba a Italia y unos amigos me organizaban una gira por todo el país en varias ciudades diferentes. Normalmente me quedaba dos o tres días en cada lugar. Un verano visité 25 ciudades. En cada uno de ellos di charlas, organicé conferencias, abrí temazcales y al final de cada visita entregamos «La Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra» al alcalde, así como una bandera de la paz para colocar en su municipio. También hice lo mismo en Suiza y España».
Desde la pandemia, El Coyote se dedica a difundir en Internet los derechos legales de la Madre Naturaleza, al tiempo que publica las memorias de su vida aventurera.
«Decidí desde muy joven no vivir una vida normal y no vivir una sola vida. Así que todos esos que hablan de sus vidas pasadas y de cómo sus almas se habían reencarnado en Napoleón o Cleopatra, etcétera. Pues yo decidí no investigar mis vidas pasadas, sino vivir muchas vidas en una».
Alberto Ruz Buenfil vive su vida al servicio de la Madre Naturaleza. Muchos proyectos y organizaciones surgieron gracias al trabajo de la Caravana Arco Iris de la Paz por todo el continente americano. Las ecotécnicas desarrolladas en Huehuecoyotl se enseñan ahora en universidades de México; sus legendarios encuentros siguen reuniendo a cientos de ecologistas cada año; y Coyoacán es el barrio de Ciudad de México con más granjas urbanas de alimentos, gracias a su iniciativa de los ecobarrios. Los logros del Coyote son un testimonio de cómo el cambio medioambiental surge a través del fortalecimiento de las comunidades con creatividad y conciencia.
«Siempre cito la misma frase de Martin Luther King: ‘si supiera que el mundo se acaba mañana, plantaría un árbol hoy'».
Isabella Cavalletti es tejedora de historias y cofundadora de eco-nnect.
Este artículo fue traducido por Sarah Camhi. Hace parte del equipo de eco-nnect desde el 2020.